Marcela Loaiza tenía 21 años cuando cayó, sin sospecharlo, en manos
de una red de trata de personas en Colombia. “Yo era una joven humilde,
con falta de recursos, en una situación difícil y me ofrecieron ser
bailarina en otros países. Yo en esa época era bailarina profesional, él
quería ser mi representante y, llevarme a muchos países del mundo”,
cuenta.
Mordió el anzuelo. Ocho días después, ese hombre la llevó a Japón y
vendió a Marcela a la mafia Yakuza. Durante dieciocho meses fue obligada
a prostituirse. “Viví las calles, teatros, todo lo más desagradable que
un ser humano pueda vivir en el mundo de la explotación sexual”.
En
el mundo hay al menos 2,4 millones de personas víctimas de redes
internacionales de trata. Esclavos del siglo XXI que viven en manos de
organizaciones criminales que las explotan y operan de forma
transnacional.
Una lacra global muy presente en América Latina. Desde el Cono Sur
hasta México, pasando por Centroamérica, en los países del hemisferio
americano se capta, se transporta y se explota a la víctima. La ONU
estima que el crimen organizado se embolsa 32.000 millones de dólares
por la trata de personas.
Mujeres de bajos ingresos e indígenas, menores de edad y migrantes
son las principales víctimas en Latinoamérica. Seis de cada diez son
sometidas a explotación sexual, el resto a explotación laboral y otro
tipo de abusos. “Ser víctima de trata de personas es un tatuaje que se
graba en el alma. Nadie lo ve, pero está ahí. Está ahí en tu corazón”,
relata Marcela Loaiza.
Con la ayuda de una compañera y un cliente, Marcela consiguió escapar
de la Yakuza y regresar a Colombia. Sufrió el estigma de haber sido
víctima de explotación sexual. Fue ignorada por las autoridades durante
años, no recibió ayudas. Incluso volvió a “hacer la calle” porque llegó a
pensar que no servía para otra cosa.
Tiempo después, recibió atención psicológica en una institución
religiosa femenina y logró recomponer su vida. Escribió dos libros
(Atrapada por la mafia Yakuza y Lo que fui y lo que soy) y creó una
Fundación que lleva su nombre y que se dedica a trabajar en la atención y
reinserción de las víctimas, romper el silencio que existe en torno a
la trata de personas y ayudar a prevenir ese delito en varios países de
América Latina.
Recientemente, Marcela acudió al estado mexicano de Tlaxcala para
participar en una conferencia organizada por la ONU y el Departamento de
Estado de Estados Unidos. Representantes de ONG’S se reunieron con
tecnólogos para analizar estrategias y ver cómo la tecnología podría
empoderarlos para combatir la trata de una forma más eficaz.
Internet se ha convertido en una nueva red donde las organizaciones
criminales captan a sus víctimas. Las redes sociales han facilitado el
contacto con las potenciales víctimas, especialmente jóvenes
adolescentes.
Les ofrecen trabajo, viajar por el mundo, amor eterno. Trampas como la que atrapó a Marcela hace doce años.
“En muchos casos, las niñas pasan horas y días enteros frente a sus
computadoras o celulares y sus padres no saben con quién están
chateando. Hemos visto muchos casos de chicas de 15 años se arreglaron
citas con desconocidos por internet, a las que acudieron sin decir nada a
sus padres y desaparecieron”, contaba una de las tecnólogas que
participaron en el foro de Tlaxcala.
La prevención, comienza en casa. “La mejor manera de ayudar a
nuestros hijos, a nuestras nuevas generaciones es, en primer lugar,
hablando de qué es la trata de personas para que puedan protegerse y
denunciar conductas sospechosas”, dice Marcela Loaiza.
Siempre los padres han alertado a sus hijos que no acepten regalos,
caramelos o invitaciones de desconocidos en la calle o en la puerta del
colegio, hoy están obligados a alertar de los peligros que pueden correr
en Internet.
“Siempre estar en continua comunicación, hablar con padres y amigos.
Informar de aquellos acontecimientos en los cuales se encuentren
situaciones extrañas, mensajes o personas que no conozcan, que quieren
relaciones de amistad o de otro tipo”, indica el tecnólogo Sergio
Araiza.
Y aunque internet es cada vez más un arma más utilizada por las redes
de trata de personas, también es una herramienta fundamental para la
prevención por parte de las ONG’s. “La trata de personas se puede
combatir a través de las nuevas tecnologías, justamente generando
campañas de prevención y concientización”, afirma Araiza.
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